jueves, 21 de marzo de 2013

Tacto y caos

Lo que oigo son ecos de relojes oxidados, arañados por las larguísimas uñas de aquellos que nunca quisieron morir. Lo que veo es el engaño del tiempo, infinito e inconsciente, que nos susurra tempestades insalvables disfrazadas de futuro. Lo que huelo es el dulzor de una mentira piadosa, amable pero terrible, que nos impide ver más allá de lo que queremos ver, y que nos oculta una verdad que puede matarnos, pero que también puede salvarnos. Lo que saboreo me hace sentir protegido, imbatible en mi barrera de certezas y respuestas, pero no es más que otra trampa impuesta por mi propia persona que me obliga a huir de las dudas y preguntas que pueden mostrarme una realidad diáfana, pero tan corrupta, que me asusta. 

Sin embargo, lo que toco... lo que toco es real. Lo que toco lo siento. Lo que toco no se disfraza, no me engaña. Lo que toco no sabe de mentiras, no entiende de falsedades ni de trampas. Lo que toco es tan real que no puedo si no sentir todo el peso de la verdad, absoluta e inquebrantable. La verdad que nos llevará a la paz. O que también puede conducirnos al caos. Pero si es así, será un caos natural, falto de toda artificialidad. Será el caos que ha existido siempre y que siempre existirá, de forma irrevocable. Será el caos del que está formada cada una de nuestras moléculas. Si nos lleva a la locura, si nos conduce a un final aterrador, será porque fuimos creados por y para ello.

O eso es lo que quiero pensar.

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