viernes, 28 de febrero de 2014

La espera

      Puedes oírles respirar. Cuando cruje la madera del piso, o cuando vibran las paredes de la habitación. Cuando el viento agita las cortinas en su baile espectral, y la luna sonríe lastimera a través del cristal. Puedes oírlos. Están ahí, esperando. Suenan sus gemidos, y sus lágrimas humedecen el techo del pasillo. Piensas que estás solo, pero ellos nunca se van. Al otro lado del espejo, ellos te observan. En las esquinas sombrías, ellos te vigilan. Entre las flores del jardín, ellos te esperan. Calma, aliento, horror.

      Ellos te esperan.

lunes, 24 de febrero de 2014

Las arrugas exquisitas

      Recorrió una senda de delicias con pies de barro. Se arrancó las arrugas exquisitas, formando círculos de polvo. No dejó que ninguno de nosotros lo ayudara, por miedo al tiempo. Y cambió todo lo que había conocido por un intento de amar. No funcionó, pero aprendió la lección.

      Compartió con nosotros su mirada prisionera, y nos dejó de recuerdo sus retorcidos pensamientos, convencido de que, tarde o temprano, aprenderíamos a entenderlo. Y la caída fue tan gloriosa que nos lloraron los ojos, que nos henchimos de orgullo por primera y última vez. Porque su vida fue tormento y bruma, pero su muerte fue tan inesperadamente sublime, que su recuerdo nos abraza con calidez en las horas más vacías.

      Quisiéramos deciros que es siempre así. Que lo único que sobrevivió al horror fue la calma y algunos bonitos fragmentos del pasado, pero no os queremos mentir. Porque las noches son infinitas y su rostro aterrorizado nos espera en cada sueño. Porque de día solo hay paz, pero el sol se pone y los fantasmas nos recuerdan que no pudimos hacer nada, y que jamás conoció la felicidad. Quisiéramos decir que todo terminó, que la vida sigue y las cosas se olvidan, pero no es verdad. Sigue doliendo.

jueves, 20 de febrero de 2014

El rey de las ratas, acto tercero

Juzgados. Todos los animales, excepto el Mono, se reúnen en torno al Rey Rata.

Rey:  Temed, miembros del Consejo de animales. Pues he hallado al fin al culpable de aquel terrible crimen.
Mariposa: ¡Habla entonces!
Búho: ¡Adelante, yo no tengo miedo!
Oso: ¡La verdad, por el Dios Gusano!
Conejo: ¡Estamos impacientes!

El Mono aparece en el escenario. Todos se giran hacia él. El Mono se acerca tambaleándose, escupiendo el mismo líquido negro y espeso que tosió el Rey Rata, y goteándolo por manos y pies descalzos. Cuando se une a la reunión, vuelven a mirar todos al Rey Rata.
Rey: Durante los últimos días, he investigado a todos y cada uno de los animales del Consejo. La realidad, la realidad que temíais, es que todos los que aquí estamos teníamos razones para cometer tal crimen.
Búho: ¡Falacias!
Mariposa: Avergonzante.
Conejo: ¿No es cierto, Mariposa, que el Sapo aplastó tus flores?
Mariposa: Tan cierto como que se burló de la torpeza del Oso.
Oso: Sin olvidarnos del día que atacó con piedras al Búho, solo para divertirse.
Búho: ¿No era el Sapo tu fiel consejero y confidente, Rey de las Ratas? El que conocía todos tus secretos, buenos y malos.
Rey: Así es. Todos somos sospechosos, a excepción del Mono.
Búho: El Mono está muerto.

Todos miran hacia el Mono, que apenas hace un movimiento.

Sapo: ¿Quién me mató, entonces? ¿Fue un ardid que entre todos planeasteis?
Búho: ¡Otra acusación injusta!

Mariposa: ¡Esto ya pasa de castaño a oscuro!
Oso: Comparto tu opinión, por esta vez.
Rey: Gusano.

Los animales se quedan en silencio.

Sapo: ¿Qué has dicho, Rey de las Ratas?
Rey: Es el Gusano.
Conejo: ¿El Gusano?
Mariposa: Dios Gusano, para ti.
Rey: Nunca está. Pero siempre está. En nuestras palabras. En nuestras miradas. En nuestras maldiciones. Es el Dios Gusano. La bestia. El monstruo. Amante de cadáveres. Recolector de muerte. La Parca invertebrada.
Oso: Explícate, Rey de las Ratas.
Rey: Todos nosotros lo hemos alojado. Todos nosotros lo acogimos y adoramos. Entre sombras y terciopelo, el Gusano se convirtió en nuestro huésped. Sangre pétrea, del color del alquitrán. El Dios Gusano mató al Sapo, y después al Mono.
Búho: ¡El Mono se suicidó!
Rey: ¡Igual que hizo el Sapo, poseído por la rabia y el lamento que el Gusano deja a su paso!
Conejo: ¡Bromeas!

El Mono empieza a bailar.

Mono: ¡El Sapo está muerto! ¡El Mono está muerto! ¡El Dios Gusano nos mató! ¡EL DIOS GUSANO NOS MATÓ!
Mariposa: Pero entonces... ¿No fue ninguno de nosotros?
Rey: El Gusano mata. El Gusano mata. El Gusano mata.
Sapo: Uno de nosotros, sin lugar a dudas, lleva aún al Dios Gusano en su sangre.
Búho: Nos hemos vuelto locos, definitivamente.
Rey: Dios Gusano.
Sapo: Dios Gusano.
Mono: Dios Gusano.
Conejo: Dios Gusano.
Mariposa: Dios Gusano.
Oso: Dios Gusano.
Búho: Dios Gusano.

Todos los personajes empiezan a escupir el líquido negro y espeso, y este empieza a cubrir sus cuerpos. Poco a poco, en una danza extraña y retorcida, los animales van cayendo al suelo y quedándose estáticos. Al final, solo quedan el Rey de las Ratas y el Sapo en pie.

Sapo: Uno de vosotros me mató.
Rey: El Dios Gusano.
Sapo: Sí, el Dios Gusano. ¿Pero cuál de todos?

El Rey de las Ratas se desploma en el suelo, y el Sapo baila su danza una última vez. La luz vuelve a encenderse y apagarse de forma intermitente, y poco a poco todos se levantan para rodear al Sapo. La luz se apaga definitivamente.

Fin de la obra

El rey de las ratas, entreacto

Juzgados. El escenario está vacío. El Sapo aparece, se planta en el centro del escenario y mira hacia el público.

Sapo: En ocasiones os siento cercanos, amigos, hermanos y amantes de tiempos pasados que vuelven, tarde o temprano, a mi regazo, a mi hedionda vera. Otras veces, sin embargo, os encuentro raquíticos, consumidos por instintos salvajes y pasiones destructivas. Me teméis y adoráis con igual magnitud, soy vuestro pánico más racional, vuestra amiga y vuestra condena. Henchidos de bravura y cólera, os enfrentáis a mis besos con uñas y dientes, pero no os servirá de nada. Soy de todos y de nadie. Los solitarios se acercan a mí, inconscientes. Los amantes me rechazan, pero en ocasiones se atreven a jugar conmigo. Los suicidas me diluyen en sus botellas de alcohol, esperándome pacientes al final de su último trago. Los niños no me conocen, y los viejos no me recuerdan. Permito que bailéis conmigo al ritmo que marca mi danza macabra, pues hubo un tiempo en el que os traté como a iguales. Soy vuestro único amor verdadero, vuestro misterio y vuestro secreto. No hace falta que vengáis a mí, esperaré. No demasiado, pero esperaré. Soy sombra y neblina, soy vacío y duda. Soy la Muerte, y siempre espero.

La luz se apaga.

Fin del entreacto

miércoles, 19 de febrero de 2014

El rey de las ratas, acto segundo

Todos los animales se reúnen en los juzgados. El Rey Rata preside el juicio. A su izquierda, el Sapo. A la derecha, el Conejo y el Oso. Más a la izquierda del escenario, están la Mariposa, el Búho y el Mono.

Rey: Comienza el juicio. El Consejo de los Animales contra el asesino.
Mono: Señor Mono, si no es molestia.
Oso: Eres un asesino. A nadie, hombre, planta o bestia, le interesa tu estatus o especie.

El Sapo susurra algo al Rey Rata, quien asiente con la cabeza.

Búho: Déjese de secretos, Sapo. Estamos en un juicio.
Mariposa: ¡Eso! ¡Lo que tenga que decir, dígaselo a todos!

El Sapo se mantiene callado.

Conejo: No me gusta reconocerlo, pero esta vez daré la razón al Búho y la Mariposa.
Oso: Tan grave no será, Sapo. Los secretos no son más que verdades avergonzantes. ¿No es este un momento precioso para perder la vergüenza?
Mono: Dios Gusano. Dios Gusano.
Rey: ¿Qué has dicho, Mono?

Todos los personajes se quedan en silencio. De pronto, el Mono comienza a convulsionarse y hacer movimientos retorcidos y exagerados.

Mono: ¡El Sapo está muerto! ¡EL SAPO ESTÁ MUERTO!
Rey: ¡Silencio, Mono!
Mono: ¡NO VA A VOLVER! ¡EL SAPO NO VA A VOLVER!

Todos los animales, excepto el Rey Rata y el Sapo, rodean al Mono, que sigue convulsionándose y empieza a sangrar. De pronto, el Mono se queda quieto, muerto, sobre un charco de sangre. El Búho se arrodilla junto a él y le toma el pulso.

Búho: ¡Está muerto!

Todos los animales se quedan estupefactos, y de pronto miran hacia el Rey Rata, que no sabe qué hacer.

Sapo: Un giro de los acontecimientos.
Mariposa: ¿Algo que objetar, Rey de las Ratas?
Rey: ¡Callaos! ¡CALLAOS DE UNA VEZ!

De pronto, el Conejo se pone a chillar estrepitosamente.

Conejo: ¡IIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIHHHH!

Los animales se ponen en fila, de cara al público y frente al cadáver del Mono, empiezan a mojar las manos en el charco de sangre y a extenderlas hacia el público. El Rey de las Ratas empieza a toser y agarrarse el pecho, incapaz de respirar. Tose un líquido negro y espeso.

Sapo: El Rey de las Ratas no se encuentra bien.
Oso: Con el acusado muerto y el juez indispuesto, está claro que es menester cancelar el juicio.
Búho: La verdad se mantiene oculta, entonces. Como me prometió el Dios Gusano.
Conejo: ¡Deja ya tus sospechas y tus conspiraciones, Búho imbécil! ¡Nadie confía en ti! ¡Ni siquiera tu amiga Mariposa!
Rey: ¡Basta! ¡BASTA BASTA BASTA!

Todos se quedan en silencio. Poco a poco, los animales hacen mutis hasta que solo quedan el Rey Rata y el Sapo, junto al cadáver del Mono. El Rey Rata susurra.

Rey: La sangre... la sangre... la sangre pétrea...

Se apagan las luces.

Fin del acto segundo

El rey de las ratas, acto primero

Juzgados. El Rey Rata se lamenta, sentando en una silla. Después de un momento en silencio, entra el Sapo, que se acerca al Rey, extrañado.

Sapo: ¿Lloras acaso, Rey de las Ratas?
Rey: Déjame, Sapo. No es el momento.
Sapo: ¿Es el juicio que esta noche va a acontecer lo que te atormenta? ¿El paso del tiempo? ¿El miedo a la nada? ¿Es el señor Mono el culpable? ¿Eres tú mismo? Las cosas cambian a menudo, ya lo dijo el Dios Gusano.
Rey: Ya lo sabes tú bien.
Sapo: Yo no sé nada, solo soy un sapo.
Rey: Y yo una rata.
Sapo: El Rey de las Ratas, permite que te corrija.
Rey: Rey o excremento. Tal día como hoy, no hay diferencia.

Entra la Mariposa, seguida del Búho.

Mariposa: Qué suerte que ya estáis aquí.
Sapo: Aún no ha empezado el juicio.
Búho: Pero lo hará.
Rey: ¿Venís a confundirme más? ¿Venís a provocar el caos? Márchate, Mariposa. Desaparece, Búho. No hay lugar para vosotros en mis juzgados. No mientras no empiece el juicio.

El Búho se acerca al Rey, y le susurra al oído.

Búho: Yo lo sé todo, Rey de las Ratas. Vigilo día y noche con estos ojos, ardientes de odio y venganza. Y como guardián de la verdad que soy, lograré que todo salga a la luz. Así lo juro, por el Dios Gusano.
Sapo: ¿No has oído al Rey, pajarraco insistente? Piérdete con tu Mariposa.
Mariposa: Alguien va a morir, presumo.
Sapo: ¡Bien valen tus presunciones en este juicio! ¡A conspirar a otra parte, que más que otra criatura, parecéis serpientes!
Mariposa: Sangre pétrea, y nada más.

El Búho y la Mariposa hacen mutis. Mientras salen, se topan de bruces con el Oso y el Conejo.

Conejo: Valiente juicio nos espera.
Oso: ¡Valiente optimismo el tuyo! Mi madre me enseñó a no esperar nada de la nada. Tampoco espero todo del todo. Lo primordial es romperse. Romperse en la dirección soñada, y nada más. La misma opinión comparte con el Dios Gusano.
Conejo: Tú siempre tan poeta, Oso. No entiendo ni jota.
Oso: Ni jota es necesario que entiendas. Como ni jota es necesario que entienda el público de este juicio.

El Sapo se aparta un momento para ordenar unos papeles. El Oso aprovecha para acercarse al Rey, que no se levanta de su silla, y susurrarle al oído.

Oso: El Sapo está muerto.

Todos se quedan en silencio, completamente quietos. De pronto, el Sapo camina hasta el centro del escenario y comienza a bailar una danza extraña al ritmo de la música. El resto de personajes hacen mutis, poco a poco, hasta dejar solo al Sapo, bailando su danza. Después de un rato bailando, el Mono aparece en el escenario, acercándose lentamente al Sapo. La luz se apaga y enciende intermitentemente, y el Mono cada vez está más cerca. Cuando el Mono casi ha alcanzado al Sapo, la luz se apaga completamente.

Fin del acto primero

La piel arañada

      Es cierto que hace mucho tiempo que nos vemos quebrados y ajados. Es cierto que nos dimos de bruces con la realidad años atrás, cuando aún no sabíamos lo mucho que nos marchitaríamos. Es cierto que lo dejamos todo de lado por una falsa verdad, un espejo sucio que nos impedía ver más allá de nuestros propios rostros. Me pregunto cuánto tiempo nos queda antes de que las arrugas nos consuman. Poco, me temo. Muy poco, me temo. Pero eso ya no importa. Ya no me incumbo. Ya no os incumbís. Estaremos aquí por los siglos de los siglos. Tendremos toda la eternidad para desempañar el cristal. Las arterias secas y el corazón de madera. Los ojos vacíos y los huesos de cristal. La sangre pétrea. La piel arañada.