sábado, 27 de octubre de 2012

El día más oscuro

Entierro tiempos de otros yos de aspecto infantil
en tarros del polvo del paso de los cumpleaños,
al lado de mis sentimientos, de mis berrinches y proyectos,
hastiados del uso incorrecto que siempre les di.

Todo lo que he perdido y está por perder
se muere y transforma en fantasmas que no puedo ver.
Y lloro y fulmino la calma, y apenas la esperanza salva
pequeñas motas de recuerdos que sí acaban bien.

Y me pienso enfrentar al día más oscuro y a la cruda realidad.
Sin tiempo para jugar, sin tiempo para tanto tecnicismo de olvidar.
Y me voy a enfrentar a pérdidas terribles de un valor sin calcular.
Y no debo gritar, pero llorar sentado no me es de utilidad.

No debo gritar. Pretendo gritar. Y voy a gritar.

Guardo en cajitas de música años anteriores, 
y con los días pasados relleno bombones,
para cubrir con azúcar y baladas de colores
recuerdos de antaños amargos y oscuros horrores.

Y es doloroso ver cómo nuestros vínculos de quiebran en un acto indecoroso.
Ver como lo que sientes se te escapa sin quererte dar reposo.

No debo gritar. Pretendo gritar. Y voy a gritar.



lunes, 1 de octubre de 2012

El primer jamás

El gobierno de la calma en nuestras manos. Dos cuerpos infectos, humanos pero imposibles, mojando la alfombra del recibidor. Y un sueño, tenaz e imparcial, que nos oprimía los huesos cada vez que nos recordaba un inminente final.

¿Sintió ella lo que yo sentía? La respuesta se fundía como un copo de nieve entre los poros calientes de su cuerpo de delicia. Y el invierno, blanco y melancólico, era la tranquilidad que precede a la tragedia, un último descanso antes de embarcarnos en un viaje del que nunca regresaríamos.


Y así fue que el tacto frío y lastimero del tiempo fue agrietando la influencia celestial que ella ejercía sobre mi.

Y ella, ella, como fogata de invierno, se extinguió para no volver, convirtiéndose en mi primer y más breve jamás.

Las pérdidas ingratas

Y nos lamentaremos por un millón de pérdidas.

Por dos millones. Por tres.

Pero será un lamento vacuo, inhumano. Lamentar por lamentar. Porque nadie, en este ni en ningún otro mundo, conocerá jamás el auténtico y terrible significado de las pérdidas.


Y eso, tristemente, es lo que en realidad nos hace llorar. Porque no sabemos porqué lloramos.
Es un círculo vicioso, infinito, plagado de eslabones perdidos y esperanzadores que no saben a dónde van y, por consiguiente, siempre regresan. La sensibilidad es su única recompensa, una pequeña porción de la verdad absoluta que todos buscan y nadie encuentra, porque el miedo no les permite romper a patadas los rosales que conforman el laberinto de la humanidad, únicamente para no pincharse con las espinas.

Así que nos lamentamos, nos frustramos y escondemos la verdad entre pérdidas ingratas.