¿Sintió ella lo que yo sentía? La respuesta se fundía como un copo de nieve entre los poros calientes de su cuerpo de delicia. Y el invierno, blanco y melancólico, era la tranquilidad que precede a la tragedia, un último descanso antes de embarcarnos en un viaje del que nunca regresaríamos.
Y así fue que el tacto frío y lastimero del tiempo fue agrietando la influencia celestial que ella ejercía sobre mi.
Y ella, ella, como fogata de invierno, se extinguió para no volver, convirtiéndose en mi primer y más breve jamás.
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