domingo, 30 de noviembre de 2014

Toda ella

      El mundo era otra cosa antes. Más frío y más azul. Menos humano. Ahora todo es fuego y me abraso. Y no puedo. No quiero. No puedo. Antes era más fácil. El frío nos palpaba a todos. Era triste y era horrible, pero era nuestro. De todos nosotros. Ahora os veo fluir y huir y vivir y yo me pudro por dentro. Por fuera os dejo que me miréis, no tengo nada que ocultar. Es un consuelo.

      Hace no mucho tiempo decidí quemar sus cuentos podridos. Sus historias de mierda y sangre, mis miedos, mis heridas. Todo lo que ella significaba para mí. Yo ya no lo quería. Como en una ruptura, me propuse enterrar sus cuentos para poder empezar de cero. Los quise quemar para siempre y juro por mi vida que llegué a pensar que podía hacerlo. Qué risa.

      Ayer abrí, una vez más, sus cuentos podridos. Intenté quemarlos, pero no pude. Los leí. Los saboreé, los sufrí y los disfruté. Afilados, sangrientos, horribles, feísimos. Toda la mierda y toda la roña que he acumulado a lo largo de mi corta existencia, todo ello, abofeteándome una y otra vez en la cara. Toda ella, en su más pura esencia, fría, pálida, torcida, arañándome la mente. ¿Qué voy a hacer, a estas alturas? Reírme muy alto. Joderme, supongo. Morirme, tarde o temprano. Aceptar, de una vez por toda, que la obsesión de mi vida es y será, para siempre, la muerte.