sábado, 29 de diciembre de 2012

Carlota

Carlota es una niña.

Durante la comida, con toda la familia sentada a su alrededor, veo cómo Carlota mira fijamente a un punto lejano, vacío. A ningún lugar en concreto. Mirada perdida, expresión perdida. Niña perdida.

Carlota me devuelve los abrazos apenas sin fuerza, como si no supiese del todo qué es lo que hace. Como si únicamente tuviese la certeza de que es lo que debe hacer, sin ninguna otra razón.

Carlota se levanta de su asiento cada dos minutos y replica que quiere irse a dormir, que está muy cansada y que no quiere comer más. Mamá suspira.

A veces, el abuelo pasa el brazo por detrás de sus hombros y la estrecha contra él. Carlota se queda mirando al infinito, de nuevo perdida, y no tarda mucho en preguntar por sus padres, en pedir que la lleven con ellos, porque quiere estar con sus padres. Porque sus padres lo son todo. Porque los necesita.

Pero sus padres murieron hace mucho tiempo. Carlota es una niña, una niña huérfana.
Carlota es mi abuela, pero no lo recuerda.

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