sábado, 31 de agosto de 2013

La luz

      Lo único que no quiero quedarme de todo esto es el miedo. Su miedo no se toca. Es sagrado. Encerrado en la caverna inescrutable de su persona, velado tras una máscara sonriente, tentador y brutal como los impulsos más primarios. Dejo que se vaya, que se pierda, que se pudra, que me deje. Que desaparezca para siempre. Que sea nada. Tenemos tiempo de sobra para curarnos un millón de veces. Pero para el miedo, no. Para el miedo no hay tiempo.




Adiós.

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