viernes, 30 de agosto de 2013

Junto a la roca roja

      Nos escondimos durante milenios. No dejamos que nada ni nadie rozase nuestra piel, temiendo que esta se tornara en gris ceniza. Habitamos las cuevas más oscuras y nos cobijamos en los rincones más polvorientos, huyendo de toda inútil existencia y añorando algo que no emitiese un halo aterrador. Por las noches te contemplaba dormir porque yo no podía, y por las mañanas tú me observabas, con esa mirada asustada que me rompía el alma, con ese rostro expectante que pedía explicaciones. Y yo te susurraba al oído que todo iba a ir bien y tú me hacías pensar que me creías, pero nunca llegaste a tener ni un ápice de esperanza. Recuerdo aquel día junto a una roca roja, escondidos de la luz abrasadora del amanecer. Ese día decidiste dejarte morir y yo no me dí cuenta y me castigaré por ello durante toda mi vida. Recuerdo aquel día más que ningún otro porque fue el último en el que pude llegar a pensar que quedaba algo, una diminuta posibilidad, una minúscula corazonada, y que lograríamos salir de esta. Me equivocaba. Una semana después noté que hacía tiempo que te había perdido, y entonces decidí perderme yo, contigo o sin ti, pero perderme. Y lo último que recuerdo de esa época terrible son tus dedos rozándome la cara, tu pequeña disculpa, y después, ya nada.

      A veces tú y yo nos topamos por la calle y noto que ambos cerramos los ojos durante unos instantes, quizás sabiendo que un cruce de miradas nos haría recordar todos esos momentos y nos abrasaría como nos abrasó la luz del sol aquel día fatídico, junto a la roca roja.

No hay comentarios:

Publicar un comentario