domingo, 14 de abril de 2013

Serena la carne

Es tan puro. Es un gesto tan puro, tan desinteresando, que logra consolarnos. Lo que no logran los besos, las palabras, los lamentos o las cartas, lo logra un abrazo. El contacto más real, más eficiente. Las cosas se acaban y tú no sabes por dónde vas a escapar. Que esta vez no hay salida de emergencia. Que lo malo llegará. No es una amenaza, no es un peligro potencial, no es la pesadilla que tuviste anoche. Es una realidad que va a acabar con todo. Desesperas porque esa realidad te oprime tanto las costillas que quieres vomitar. Deseas correr y correr y fundirte en el tiempo porque sería la única forma de que esto terminase. Pero es tan improbable que lloras. Tienes miedo. Un miedo que ahoga.

Y entonces, un abrazo. Un abrazo que no pediste. Un abrazo dado sin tu permiso. Una pequeña perla en medio de la tempestad. Serena la carne y el alma. Sigues teniendo miedo. Sigues respirando miedo por cada uno de los poros de tu piel. Pero es suave. Un miedo suave, latente, que aprieta, pero ya no ahoga. El miedo es puro, pero más puro es el consuelo. No nos salvará. No nos permitirá huir. Pero es lo que necesitamos.

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