martes, 25 de marzo de 2014

Un Dios sangrante. Prólogo

PRÓLOGO

Las puertas se abren
y entonces entran
luz, y sangre, y piedra
dragones brillantes
y la Bendición de arriba
y el Abstracto, celeste amigo
celeste ángel, celeste bien
lo romperá todo
hermoso encuentro
hermosa muerte
hermoso fin

Mamá siempre decía que un poeta era lo más parecido a un brujo que existía. Capaces de engañar y engatusar, de jugar con tu mente y hacerte sentir el amor más profundo o el terror más infame. Siempre supuse que Mamá decía esto porque se casó con un poeta y engendró a otro. Yo nunca me tomé en serio lo que Mamá decía. Ni siquiera mi hermano Matías, el poeta, lo hacía. Nadie se tomaba a Mamá muy en serio desde que Papá murió y a ella se le fue la cabeza. Ahora me acuerdo de ella y de lo que decía sobre los poetas y no puedo evitar reírme. Y llorar. Ojalá nunca hubiese tenido razón.

Mamá murió el mes pasado, cuatro años después de que yo me marchara de Santa Verónica, mi ciudad natal, para cursar mis estudios de Psicología en la capital. Matías me contó que apenas sufrió, que murió con una sonrisa y que nunca, nunca me culpó por no haber estado a su lado. Quizás ella no, pero Matías no pudo evitar decirme estas palabras con cierto rencor. Al fin y al cabo, abandoné a mi hermano adolescente al cuidado de una madre depresiva en una ciudad diminuta dejada de la mano de Dios. Si hubiera sabido que... si hubiera conocido las consecuencias, yo nunca... nunca habría abandonado Santa Verónica.

Ni siquiera sé por dónde empezar. Hace ya dos horas que estoy aquí sentado, frente al escritorio de una habitación de hotel, mi pequeño hogar provisional, decidido a escribirlo todo, a describir con todo lujo de detalles estos últimos días, este mes penoso, infernal, oscuro, y ni siquiera sé por dónde empezar. Ojalá pudiera explicar el horror. Ojalá pudiera hallar las palabras necesarias para describir todo aquello a lo que me he enfrentado durante mi última estancia en Santa Verónica. Ojalá pudiera.

No hay comentarios:

Publicar un comentario