Palpé su piel y se tornó grasienta y grisácea. De pronto, todo se rompió. "Baila conmigo", me volvió a decir. Pero ya no era brillante, ya no era blanca ni pura. Ni siquiera puedo describir aquello en lo que se había convertido. Mi guía. Mi espejismo. Entonces desperté de la ceguera que me había atado durante meses a esta habitación. Me habían engañado. Una vez más, me habían engañado.
La estrangulé con mis propias manos. La maté. La maté y huí.
No vais a vencerme, hijos de puta. No esta vez.
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