Su soledad, real y sin remedio existente, es una muestra de la inconsciente crueldad de Dios. Porque Dios lo sabe. Debe saberlo. Tiene que saberlo.
Pero Dios no sabe nada.
Es la llave de una puerta sin cerrojo que nunca, jamás, en ninguna circunstancia, se abrirá y mostrará el otro lado. Una ventana sin cristales sellada por una cortina de acero indestructible.
Es la sombra de lo que una vez fuimos, y la sombra de lo que una vez seremos.
Sus sueños nacieron quebrados en la mente quebrada de una mujer quebrada, ajada por el periodo de tiempo, breve pero eterno, que no quiso ser humana.
No ver, no oír, no hablar.
No sentir.
No ser.
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